Escuché que en
cielo sirven carne, que siempre exponen bufets gigantescos y los ofrecen a las
almas bien portadas. Están las piezas
que nadie quiere, como los corazones de los que tragaron veneno de rata
o se guindaron a las cabulleras de una hamaca vieja, éstos suelen darlos a modo
de castigo, sobre todo a los niños malos cuando se roban los mangos del edén
para lanzarlos a los transeúntes de la tierra. Allá nunca hay escasez, una vez
por semana pasa Angélica con su carretilla trayendo exquisiteces directas del
infierno, de la mejor calidad. Muchas cosas no han cambiado, aún todos quieren ser los más
brillantes, por lo tanto cuando llegan los cerebros se forma una gran revuelta.
A veces hasta hacen colas inmensas, son como adictos a ellos. Como es todo muy
diverso, también están los cobardes que siempre optan por comer testículos, los
homofóbicos que esperan con ansias los
penes gigantes y las anoréxicas,
que sólo observan y chupan los cabellos de vez en cuando. Por su parte, las vacas, venados,
gallinas y tortugas siempre van bien vestidos, se sientan en una mesa larga con
mucha tazas de té y meñiques al aire con caras escépticas y de asco. Este
proceso sucede todos los días, a veces, un chivo suele poner cara de pocos
amigos y decir: "¿por Dios, cuánto
pueden tardar en engordar? estoy hambriento". Confieso que todos estos rumores
me ponen un poco nerviosa. Sin importar
por dónde lo vea, supongo que estaré más cómoda trabajando con Lucifer, y quién
sabe... tal vez hasta me gane un buen puesto, de inspector de calidad, por
ejemplo.
Inspirado en "The Angel of Meat" de Mark Ryden.
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