1/1/13
Auspiciado por tachuelas y un festín de mandarinas
Yo solo espero que donde quiera que esté el señor Juan haya muchas uvas y compotas.
Entablemos una jocunda conversa,
te pregunto,
¿qué me has dejado?
Este post sin valía sobre un dos mil doce autoritario
un obsoleto cartucho que ya no uso y un baúl de fotografías por imprimir en mi lóbulo temporal
Quizá sí, también filosofías e ideales anticuados que están por expirar
Lágrimas que se alojan en la cisterna del quilo y deudas por pagar
Un léxico incompleto. Algo estúpido. Algo demente.
Un cremoso helado de mandarina que recibí como obsequio aún sin saber si cumplí con las exigencias de los otros o con las mías,
y cuya diana fue la rutina:
Despertarme con el tercer repique del despertador, cepillar mis dientes, tomar una ducha fría, meditar 15 minutos con el clóset, vestirme de acuerdo al ánimo, desayunar si hay tiempo e irme en el ya no coco a la universidad.
A veces escucho música, otras veces solo escucho el aturdidor sonido de las bocinas.
El tráfico absurdo de los últimos años me ha enseñado a ser más tolerante.
Ya lo sabemos:
ciudad pequeña, mismas vías, más carros.
Más rumores.
Poca diplomacia.
El toque chispeante y fluorescente del día depende de mí. Oh si,
de los calurosos días de este interminable verano.
El sol dilata los poros y no siempre esto simpatiza.
Aprendí que del protector solar no se puede prescindir, sí del consumismo y la tecnodependencia; y de ese síndrome de fundir los ojos en el celular cuando se está con alguien más.
Hay cosas que no puedo cambiar. ¡Me encanta que así sea!
Y bueno,
necesito leer más noticias
e ir a la playa,
a ver si caen copitos de nieve.
PD: Fui mágicamente atrevida:
esperé mucho de los demás.
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